Si me hubieran preguntado hace unos años si hubiera dejado mi lugar, Argentina, la respuesta obviamente hubiera sido no. Tenía un buen pasar, una casa construida con mucho sacrificio y amor, auto, trabajo y principalmente mis afectos (familia y amigos).

La verdad no se bien que fue lo que detonó la decisión de irnos en familia, si mi hija mayor que nos planteó que se quería ir del país porque no veía un futuro, la inseguridad la cual viví de manera personal, la sociedad que ya no llevaba el rumbo que me gustaba o ver que todos los que deberían velar por nosotros están corruptos y esa corrupción hace que ya nada funcione bien en mi país.

Empecé a sentir incomodidad en mi lugar, ya no podía decir lo que pensaba porque te convertías automáticamente en un traidor a la patria. Tener una pyme se convirtió en mala palabra, así como tener cualquier emprendimiento. Ver a tus hijos ir a la escuela, que sean buenos alumnos, buena gente y que siempre se premie al vago o que el más estúpido del curso sea el más popular, creo que fue una suma de cosas lo que nos impulsó a tomar la gran decisión.

Migrar no es para cualquiera, hay que tener mucha valentía, tienes que aprender a soltar, eso implica separarte de tus afectos, dejar tu hogar, tu trabajo y desprenderte de todo lo material adquirido durante tantos años. Requiere además de una gran planificación, de estudiar todas las posibilidades (estudio, trabajo, vivienda, salud, etc.)

Recuerdo que con mi marido hicimos una tabla de los pros y los contras, que cosas iban a ser mejores y cuales no lo serían tanto. Solicitamos mucha ayuda de personas que ya habían emigrado. Averiguamos en los consulados de España e Italia que documentación necesitábamos y si era posible tramitar la residencia legal como argentinos o con ciudadanía europea.

Cuando nos decidimos por España, más que nada por el idioma (mi hijo y yo no queríamos hablar otra lengua), empezamos a averiguar los sueldos, el costo de vida, hicimos un Excel con los gastos mensuales que tendríamos como familia tipo (matrimonio con dos hijos, bueno 3 porque nos trajimos también a mi yerno). Luego hicimos un viaje a las posibles ciudades elegidas para ver como nos sentíamos, recorrimos las universidades con mi hijo, fuimos a hacienda, consultamos con un asesor contable, fuimos a seguridad social, a los supermercados a ver precios, caminamos los barrios, una semana super intensa realmente, pero valió la pena para terminar de decidirnos.

Luego de ese viaje comenzó la cuenta regresiva, habíamos elegido Valencia como nuestro destino y a partir de ahí todo comenzó a acelerarse.

Tramitamos la ciudadanía italiana, pasaportes, apostillas de todos los documentos importantes, trámites y más trámites.
Sacamos los pasajes, para tener ya una fecha, y ahí empezó la vorágine de el último año en Argentina, comenzar a vender todo, desprenderse de recuerdos (increíble todo lo que uno guarda en una casa), despedirse de los afectos, dar de baja los servicios, buscar una vivienda temporal en Valencia para el primer mes, vender el auto, intentar vender la casa o alquilarla, cantidad de cosas por hacer y parecía que el tiempo no alcanzaba y al mismo tiempo pasaba rapidísimo. En mi caso lloraba con cada cosa que tenía que desprenderme, ya estaba haciendo el luto antes de irme. Pero nada nos detuvo, la decisión ya estaba tomada.

Las despedidas fueron muy tristes, ver mi casa vacía me partía el corazón, pero llegó el momento y lo hicimos, era tanta la necesidad de buscar algo mejor, fundamentalmente para mis hijos, pero también porque no, para nosotros… apostamos a que todo iba a estar bien.

Llegó el gran día… aún recuerdo el auto esperándonos en la puerta para llevarnos al Aeropuerto, toda nuestra vida en 9 valijas y al cerrar la puerta de mi casa por última vez se me hizo un nudo en el estómago…

Llegamos a Valencia un 18 de diciembre de 2018, con esas 9 valijas, una mezcla de miedos, incertidumbre e ilusiones.